Ser madre es tener el corazón fuera del cuerpo

El arte de ser madre no se enseña en los colegios, no se hereda ni se aprende en los libros. Se siente, nace y aparece como una coraza que te embiste y te da tantas fuerzas, que nunca habías creído que poseías en tu interior.
Ser padre, ser abuelo, abuela, tío o tía es también descubrir de pronto cómo una parte de nuestra esencia cobra forma y conquista nuestro corazón. Es maravilloso. No obstante, el simple acto de dar a luz a una criatura establece un vínculo quizá más fuerte, más rotundo a la vez que íntimo entre la madre y el hijo.

Ser madre es dar forma a un amor que no creías que existía. Y aunque tengas claro que cualquier mujer puede dar a luz, sabes que tu experiencia es única, que te sientes mucho más viva, y que cada día te asombras por cómo algo tan pequeño, puede ser tan grande…


Ser madre es una aventura que merece la pena

Cuando la mujer sostiene a su hijo en brazos establece en ocasiones pequeños pactos entre su niño y ella. En voz baja, y casi entre susurros, promete hacer lo posible por convertirlo en una persona feliz, por protegerlo de todo mal, y apoyarlo cada día de su vida en cada decisión que tome.

Tu corazón se ha hecho de pronto más grande, y con él, tu capacidad de amar. Es un amor distinto y tan poderoso, que te hará perdonar lo que otros no perdonan, y no importarán las noches en vela, todas esas horas atendiéndolos los días en que están enfermos, en que te reclaman porque temen a la oscuridad…

Ellos, serán niños una sola vez en su vida, pero tú siempre serás su madre. Y ese, es un pacto que aceptas con inmensa serenidad conociendo muy bien lo que implica. La responsabilidad. Porque ser madre, ser padre, es una aventura que siempre merecerá la pena.

Ser madre: un lazo invisible que nutre, educa y libera

Hay quien percibe “su momento”. El momento en que decide ser madre porque así lo siente, y porque su situación personal lo permite. En otros casos, se alza como un imprevisto que al principio desconcierta, luego se acepta y al final, se alza como el mejor acto no programado de nuestras vidas.

Ser madre es estar ligada a tus hijos por un hilo invisible que no se puede arrancar. Es como quien intenta llevarse una flor, al hacerlo, molesta a una estrella…

Si hay un aspecto que muchas mujeres (y padres) temen es fallar en algo. No hacerlo bien. En ocasiones, muchos de nosotros tenemos en mente los errores de nuestros propios padres, ésos que no deseamos repetir:

Un desapego profundo que no nos permitió nunca establecer un vínculo adecuado con ellos.

Sentir a día de hoy algunas carencias gestadas ya desde nuestra infancia: falta de reconocimiento, inseguridad, críticas.

Haber recibido un estilo educativo autoritario, donde nunca hubo un diálogo adecuado, sólo rigidez, distancia y frialdad.

O por lo contrario, haber sufrido las consecuencias de una educación sobreprotectora que vetó nuestro crecimiento personal, nuestra capacidad para elegir, para tener seguridad…

Queda claro que nadie dispone del manual perfecto de la buena madre, del buen padre, pero lo que sí debemos comprender es que no se trata de llegar a ser la madre perfecta, se trata simplemente de “ser madre”, de estar, y por ello es conveniente aplicar estos principios.

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