No hay
nada como dejar atrás los “tú no puedes”, “tú no sabes”, “tú
no mereces”. Porque llegar donde otros dijeron que no lo harías no solo es un
triunfo personal: es un acto de justicia ante las mentes retrógradas, ante los
que nunca fueron capaces de vernos con autenticidad, respeto y cercanía.
Algo que todos sabemos es
que vivimos en una sociedad supeditada a la comparación, y en especial, a un
sistema educativo que nos “etiqueta” de forma temprana. En las las aulas
habitan en esas últimas filas los supuestos “malos alumnos” sobre los que se profetiza,
con más o menos disimulo, aquello de que “nunca llegarán a nada”. Porque el
niño que se queda en el “4”, sencillamente, no es apto para el triunfo.
“Siempre me ha gustado aprender. Lo que no me gusta es
que me enseñen”
-Winston Churchill-
La enseñanza, a día de hoy,
se está convirtiendo en muchos casos en un acto traumático. Tenemos buenos
profesionales, pero el sistema y los medios no acompañan. Este enfoque
homogéneo, masificado y poco sensible ante las necesidades de los niños da un
paso real a las profecías autocumplidas. Si fracasaste en el colegio,
fracasarás en la vida.
No obstante, a la dimensión
educativa se le añade otra aún más problemática: la familiar. En ocasiones,
crecer en un entorno poco favorecedor, discriminativo o machista implica que
nos inoculen un derrotismo envenenado de que es muy difícil defendernos.
Te proponemos reflexionar
sobre estos aspectos.
Cuando llegar a algo
supone romper con todo
En ocasiones, el proceso de
llegar a algo implica, efectivamente, tener que romper con todo. A la rebelión
estructural le acompaña sin duda una revolución interna que no todo el mundo es
capaz de hacer. Es necesario derrumbar modelos educativos, valores familiares
inculcados y esos esquemas de pensamiento limitantes que durante un tiempo, nos
arrinconaron en nuestros espacios de infelicidad.
Como decimos, no es un
proceso precisamente fácil, en especial para la mujer. No podemos olvidar, por
ejemplo, que en la actualidad, en esta era de progreso, son muchas las mujeres
que ven vetadas sus aspiraciones por el peso de esos mecanismos patriarcales
que siguen imperando en muchas familias.
En el interesante libro
“Resilience and Triumph: Immigrant Women Tell Their Stories” se nos explica el
duro proceso que viven muchas inmigrantes indias, árabes o mexicanas al llegar
a otros países. Estas mujeres son todo un ejemplo de lucha cotidiana ante la
adversidad. Por una parte, deben batallar para abrirse paso con sus familias en
una sociedad nueva. Sin embargo, existe otra lucha silenciosa, oscura y
delicada de la que no suele hablarse.
Nos referimos a esos
enfrentamientos que se viven en el ámbito privado. Ahí donde el peso de lo
patriarcal sigue definiendo los espacios de las mujeres con sus padres, parejas
y sus familias de origen. Reclamar su lugar como mujer y a su vez, alentar a
las nuevas generaciones para que lo hagan, es todo un ejemplo de resiliencia.
Son dimensiones muy duras de las que nadie habla.
Son rostros y nombres
anónimos que día a día revelan su fuerza, su coraje en su ansia por avanzar,
por llegar a un status de igualdad.
Triunfar en la vida no
implica tener una buena cuenta corriente. Ni una casa grande, ni un deportivo,
ni acumular cosas para conseguir más cosas. El mejor triunfo en la vida es la
libertad de ser uno mismo y sentirse orgulloso/a por lo logrado. Triunfar no
está en ganar siempre, sino en no rendirse con el fin de llegar a rozar esa
estrella, ese sueño, ese equilibrio personal donde decir “estoy bien, no quiero
nada más”.
“La confianza en uno mismo es el primer paso hacia el
éxito”
-Ralph Waldo Emerson-
La
dificultad del triunfo está sin duda en los esquemas de pensamiento que nos han
transmitido desde niños. La escuela que etiqueta y segrega
ofrece al mundo personas que darán paso a esa profecía autocumplida del “yo no
valgo”. Yo no soy merecedor de alcanzar mis sueños. Asimismo, la familia que
“arranca alas” e intoxica con sus ideas retrógradas y limitantes, también nos
impedirá llegar donde nuestro corazón nos pide.
Ahora bien, estos vínculos
limitantes deben ser arrancados cuanto antes y sin anestesia. No importa cuánto
duela. No importa tampoco qué consecuencias puede tener si con ello, ganamos en
autoridad, autoestima y libertad. El éxito, en realidad, no depende de ser más
listo, más hábil, más extrovertido.
Llegar donde uno desea es
cuestión de mentalidad, de una mentalidad creciente, no fija. Nunca arraigada a
los “tú no sabes”, “tú no puedes”. La persona que es capaz de enfocar sus
mecanismos emocionales y psicológicos hacia el crecimiento, considerará la
adversidad como una oportunidad. Como un modo de desarrollar nuevas
habilidades.
Porque lo creamos o no,
siempre hay esperanza. Nada es inamovible. No dejemos que las mentes cuadradas
y los sistemas amordazantes apaguen nuestros sueños o nos quiten la dignidad.
No nos dejemos vencer. Porque el éxito es solo una actitud hacia la vida.
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