En los territorios donde
cabalga la mentira vestida de dulce hipocresía, la sinceridad es siempre la
gran incomprendida. Es como si comunicar con transparencia fuera un delito, una
osadía para quien se quita las armaduras y, con educado respeto, es capaz de ir
con el corazón por delante y con la verdad en su boca.
No es fácil. En la
actualidad son muchos los sociólogos y analistas que definen a una buena parte
de la población como entidades pasivas, como meros testigos de lo que acontece
en ese mundo que se enmarca en un televisor. La hipocresía reina en muchas de
nuestras esferas políticas, en ciertos escenarios laborales e incluso en la
intimidad de algunas de nuestras casas, sin que reaccionemos ante ella.
“Cuando la mala persona aparenta nobleza, es cuando
emerge lo peor de sí”
-Publilio Siro-
Hay
quien opta por el silencio y por esa supuesta pasividad por simple y absoluto
cansancio. Porque ya sabemos “de qué pie cojea” ese familiar, ese
directivo o ese compañero de trabajo. Sabemos que abundan en exceso aquellos
que defienden la igualdad, pero que en su interior desprecian en secreto que
otros tengan sus mismos derechos, sus mismas oportunidades.
Sin temor a equivocarnos,
podríamos decir que hay una dimensión mucho más tosca, oscura y peliaguda que
la propia mentira: la hipocresía. Es nada más y nada menos que una falta de
honestidad muy sibilina, ahí donde uno esconde la propia personalidad mientras
se exhibe una nobleza moral intachable.
Puesto que estamos seguros
de que conoces a más de un persona con dichas características, te proponemos
ahondar en el tema para disponer de más estrategias para actuar ante ellas.
Normalizamos la
hipocresía casi sin darnos cuenta
De niños los adultos nos
enseñan que la verdad es buena y que mentir es una costumbre que es mejor no
adquirir. Nos inician en una práctica de la que tarde o temprano descubrimos
sinuosos recovecos, afinados matices. Tal y como nos explicó Lawrence Kohlberg
en su teoría sobre el desarrollo moral, es en la segunda etapa, en la llamada
“moral convencional”, cuando en el niño de entre 10 y 13 años desarrolla ya un
inicio de conciencia sobre el sentido de la justicia, descubriendo además cómo
los adultos pueden caer en sus propias contradicciones.
Nos exigen sinceridad, pero
son muchos los que se ofenden si decimos la verdad. Poco a poco llegamos a unas
situaciones en las que nos preguntamos qué puede ser mejor: ofender con la
sinceridad o mentir por simple educación. Tarde o temprano asumimos que la
hipocresía reina e impera, y que con ella, se construye una falsa convivencia;
una convivencia donde exhibir gloriosos principios morales y bellas ideologías
bajo las cuales, a menudo, se esconde la cobardía o la simple despreocupación
por los demás.
La hipocresía está
plenamente institucionalizada en nuestra sociedad, la hemos normalizado. Sin
embargo, y aquí llega el dato curioso, la mayoría tenemos un radar siempre
actualizado que sabe detectarla. La vemos en nuestros políticos, en alguno de
nuestros familiares o compañeros de trabajo y sin embargo no reaccionamos ante
ella. De algún modo, somos conscientes de que es una batalla casi perdida: es
una tarea difícil cambiar a quien ni tan siquiera es honesto consigo mismo.
A la falsedad se la
supera siendo siempre auténticos
Hay varios tipos de
hipocresía. Están los que exhiben grandes atributos para esconder oscuros
principios morales: el racismo, el machismo, una mente retrógrada. Sin embargo,
el tipo de falsedad que más abunda es la de esa persona que busca encajar, ser
aceptado e incluso alabado. Por ello, no dudará en defender hoy el color rojo y
mañana el color verde y al otro el azul, dependiendo siempre de en qué
escenario se mueva.
“La única cosa peor que un mentiroso, es un mentiroso
que también es hipócrita”
-Tennessee Williams-
Estar orientados en todo
momento por la opinión de los demás vulnera nuestra autoestima y evita que
practiquemos, por ejemplo, esa autoevaluación con la cual, vivir siempre de
acuerdo a nuestros propios valores a pesar de que a los demás, no les agraden.
Veamos ahora cómo deberíamos
actuar ante esas personas habituadas a vivir en el reino de la hipocresía.
Cómo reaccionar
frente a la hipocresía
A la hipocresía no se la
vence, se la encara. Tal y como hemos señalado con anterioridad, cambiar al
hipócrita es una batalla perdida, pero lo que sí podemos hacer es dar ejemplo,
ser auténticos y desactivar la influencia que puedan tener sobre nosotros.
-Recuerda en todo momento
que las únicas expectativas a las que debes obedecer son a las tuyas propias.
Lo que el hipócrita te recomiende con su falsa vara de medir tiene menos
importancia que el polvo que se acumula en las estanterías de tu hogar.
-Los hipócritas siempre caen
en sus propias contradicciones. Cuando las veas, no las ataques, ni inicies
discusiones con ellos: te darán mil argumentos para justificarse. Limítate solo
a señalar su contradicción, algo corto y firme.
-Si estás obligado a tratar
cada día con una persona hipócrita, ten en cuenta que intentará sabotearte muy
a menudo. Calificará tus actuaciones y te etiquetará. Si para esa persona eres
un espejo en el que ve lo que no le gusta, una de las opciones que tendrá para
terminar con su malestar será acabar con el espejo, o sea, contigo.
Mantén siempre un diálogo
interno contigo mismo para recordar quién eres, cuáles son tus valores y cuáles
tus grandezas. Lo que diga, haga o piense el hipócrita no vale ni cuenta en tu
vida. Solo es aire, solo es el aliento de una marioneta algo cobarde que ha
hecho de la falsedad su reino de naipes.
Tarde o temprano, caerá.
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