Las personas somos «un
regalo». Un regalo, sí. Porque nuestros ojos tienen vida propia y una luz que
serpentea al son de nuestras emociones. Somos producto de constelaciones
neuroquímicas que abren autopistas en nuestra mente, en nuestro cuerpo y, por
ende, en la existencia de los demás.
No podemos desligar nuestros
actos de su influencia en el entorno y, por ello, nos envolvemos en
electricidad, en baterías cargadas con maletas dispuestas a tener experiencias.
Experiencias que, en su magnificencia, reflejan el manifiesto de fe que la naturaleza
redacta cuando nacemos, cuando crecemos y cuando el destino pone fin a nuestra
vida.
¿Quién puede dudar de eso? Cualquier vida, en sí
misma, es un regalo para sí y para los demás. Y es que las personas bonitas
están hechas de partes individuales recompuestas, pedazos de su yo reunificado
cuando ha llegado la calma después de las tormentas.
Y es que en realidad todo el
mundo sufre contratiempos en la vida. Cuanto más numerosos son, más aprendemos
y maduramos. Es más, se suele decir que
cuando se aprende la lección el dolor desaparece, aunque queden cicatrices en
nuestro cuerpo y nuestro alma.
Es por esto que, las
personas más bellas son las que no han tenido fácil recorrer los caminos de su
historia. No es que hayan vencido al miedo y al dolor, es que ellas saben que
no se puede sanar lo que te niegas a afrontar.
El regalo no es el
envoltorio, es lo que hay por dentro
“Las
personas somos un regalo. Algunas están magníficamente
envueltas; desde el primer vistazo son atrayentes. Otras están envueltas con
papel muy ordinario. Algunas han sido estropeadas por el correo. A veces, es
posible que tengan una distribución especial.
Pero el
envoltorio no es el regalo. A veces, el regalo es difícil de abrir,
y hay que buscar ayuda. ¿Quizás porque da miedo? ¿Quizás porque hace daño?
¿Quizás porque ya ha sido abierto y menospreciado…?
Yo soy un regalo y, en
primer lugar, un regalo para mí mismo. ¿He mirado bien en mi interior? ¿Tengo
miedo de hacerlo? Quizás no he aceptado nunca el regalo que soy yo. Es posible
que, dentro de mí, haya alguna cosa distinta de la que imagino. Quizás no he
descubierto nunca el regalo maravilloso que soy yo”.
“Adaptado
de «Yo soy un regalo»”
Como regalos que somos,
ofrecemos cada día hermosos sentimientos a los demás, maravillamos con palabras
el reflejo de sus miradas y maquillamos de sentido cada pequeña interacción que
tenemos con el mundo. Por eso
es tan importante que nos asomemos al mundo con la firme convicción de que
SOMOS UN REGALO.
De que tenemos que aportar y
absorber con gusto los aportes de los demás. Esa es la verdadera riqueza, el
valor de que todos seamos regalos con muchos destinos. Regalos de amor, regalos
de amistad, regalos de familia, regalos de profesión, regalos de todo lo
imaginado y por imaginar.
Pero cuidado, porque nuestro
envoltorio guarda, receloso, un mundo interior que no es más que una maquinaria
de crecimiento y de intimidad. Puede que el poder social de nuestro envoltorio
nos impida ser dueños de nuestra maquinaria interna. Entonces es cuando, con
más fuerza, debemos procurar gritarnos algo que nos construya como, por
ejemplo: “Yo soy un
regalo. Para mí y para los demás”.
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