Por Edith Sánchez
La discusión sobre la idea
de ser feliz o no ser feliz puede ser interminable. La felicidad es un concepto
bastante abstracto y relativo como para teorizar sobre él, sin caer en varias
sinsalidas. La diversión, en cambio, es mucho más fácil de comprender, al menos
aparentemente. Bajo lo divertido cabe todo aquello que rompe con la rutina y te
da satisfacción.
La mala noticia es que ser
feliz y divertirte no son sinónimos. Alguien puede divertirse con frecuencia y
no por eso ser feliz. Pero también al revés: alguien puede no realizar muchas
actividades divertidas y al mismo tiempo sí ser feliz.
“Mi felicidad consiste en
que se apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo”
–León Tolstoi–
Pero, ¿a qué viene todo
esto? Simplemente se trata de una introducción para llegar a un punto que debe
ser motivo de reflexión: en el mundo actual, la diversión se convirtió
prácticamente en un mandato. Los infelices solo son bienvenidos en las iglesias
y en los consultorios psicológicos. Por eso mismo, mucha diversión podría
haberse convertido el medio para encubrir una gran infelicidad.
La orden de divertirte para
parecer feliz
Algunos la llaman la
“sociedad de la Coca-Cola”. ¿Recuerdas que uno de los primeros eslóganes de esa
compañía lo ordenaba? “¡Disfruta!”, decía. Y mostraba gente sonriente, viviendo
de forma “plena”, es decir, rodeada de muchos amigos “amigables”, viajando,
aventurando, comiendo delicioso y con una “pareja de revista”.
En las últimas décadas,
mucha gente no ha parado de seguir esa orden. Una de las palabras más
aterradoras en el mundo de hoy es “aburrimiento”. Y se supone que lo contrario
al tedio es el dinamismo en exceso, muchos “finde” intensos. “Lo que más me
gusta de él es que me hace reír”, dicen muchas. “Lo que más me gusta de ella es
que no se toma las cosas tan a pecho”, dicen ellos.
Se supone que para ser feliz
debes ser ligero y parecerte a la gente de los comerciales de Coca-Cola, o de
algún dentífrico. Las expresiones que no son sonrisas, son “mala cara”. Si
tienes una dificultad, no falta quien quiera ayudarte invitándote a una fiesta
o aconsejándote introducir más diversión en tu vida.
Diversión y culpa
El mandato para divertirnos
es tan fuerte que a veces terminamos experimentando culpa cuando se asoma la
idea de que no estamos disfrutando lo suficiente, o que no tenemos las herramientas
emocionales para disfrutar “como Dios manda”.
La diversión, el momento de
fiesta, aparece en la historia de la humanidad unida a lo sagrado. Cada cultura
ha reservado momentos especiales para interrumpir la vida cotidiana y dar lugar
a un tiempo para compartir con la comunidad. Representaban momentos muy
emocionantes porque suponían la alegría compartida, las expresiones artísticas
y un encuentro afectivo con los otros.
La eterna fiesta actual, en
cambio, cada vez resulta más programada y más atada a fines comerciales. En
muchos casos se origina en la angustia y no en la intención de celebrar. Pero
lo más grave es que cuando se convierte en una práctica continua, también
comienza a formar parte de una rutina, esta vez de disfrute, que le quita mucho
de su encanto.
Divertirte no es sinónimo de
ser feliz
Hubo un tiempo en el que la
diversión y la satisfacción eran vistas como enemigas de la virtud. El sexo,
principalmente, era satanizado y mirado como un ámbito en el que el ser humano
podía iniciar un proceso hacia la decadencia. El placer aparecía como algo
propio de gente poco evolucionada, a la que le faltaba razón y por eso se
entregaba a la satisfacción de sus instintos.
Gracias a los aportes de
muchas disciplinas, entre ellas la psicología, se comprendió y se extendió la
idea de que, al contrario de lo que pensaba la mayoría, el placer, la
satisfacción y la diversión eran componentes legítimos de una buena salud
mental. Que la represión del deseo era negativa y que podía incrementar
notablemente las neurosis de las personas.
Hoy en día parecería que la
tarea es exactamente la contraria: promover la idea de que no todo puede ser
disfrute y que las frustraciones y las carencias también juegan un importante
papel en el desarrollo y el crecimiento emocional. Lo que está satanizado ahora
es todo aquello que no implica diversión o disfrute. Pasarlo bien no excluye,
ni responde, las preguntas sobre el sentido de nuestra existencia. Divertirnos
no implica haber resuelto el enigma de la felicidad personal.
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